Muchas
personas están familiarizadas con las palabras de Jesús en Juan 17:3, “Esta es
la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y al que tú has
enviado, Jesucristo” (NBJ). Sin embargo, ¿qué envuelve "conocer a
Dios"? En las Escrituras, el término "conocer" tiene a
menudo un significado que va más allá del sentido básico de un conocimiento
intelectual de algo o de alguien. Así, The New International Dictionary of New
Testament Theology (vol 2, Pág. 398), lo aplica a cuando. . . se expresa una relación personal entre el que conoce y el que
es conocido. . .Proverbios 3:5, 6 anima, “Confía en Yahvé con todo
tu corazón . . .reconócelo en todos tus caminos” (NBJ).
La Nueva Biblia de Jerusalén, así como otras
traducciones, vierten aquí el imperativo hebreo ‘yada’ como
"reconocer." Aunque esa traducción es aceptable, no puede transmitir
a los lectores de habla hispana el sentido preciso del verbo hebreo en ese
contexto. {1} El verbo yada' ("conocer") presenta una gran variedad
de significados en el hebreo bíblico. En varios contextos, ‘yada’ y sus
expresiones relacionadas pueden denotar sentido de percepción, aprehensión
intelectual, posesión de hechos e información que se puede aprender y
transmitir, habilidad práctica, juicio discriminatorio e incluso intimidad
física. Sin embargo, cuando ‘yada’ tiene a Dios como objeto implica mucho más
que simple "conocimiento." Nahúm Sarna escribe: Otras traducciones,
sobre todo la Stone Edition Tanach, Young‟s Literal Translation, la NET Bible (footnote), y la de C.K.Barrett (The
Gospel According to John, second ed. [Philadelphia: Westminster, 1978], 503.), vierten el imperativo (= da„ehu) como
“conocerle.”
En
la concepción bíblica, el conocimiento no tiene ni esencial ni primordialmente
raíz en el intelecto o en la actividad mental. Más bien, se basa más en la
experiencia y se relaciona con las emociones, de modo
que puede abarcar cualidades tales como vínculo, intimidad, cuidado, parentela y reciprocidad
(Exodo, JPSTorah Commentary, p. 5). Otras obras de referencia
apoyan ese punto de vista. "Conocer a Dios," dice el New
International Dictionary of Old Testament Theology and Exegesis, "es estar
en apropiada relación con él, con los atributos de amor, confianza, respeto y
abierta comunicación"(II:313). Otra obra explica que, cuando ‘yada’ se
refiere a Dios denota "una implicación intensa . . . que excede la mera
relación cognitiva" (Theological Lexicon of the Old Testament, s.v.
“Yada„”).
Del
rey Josías, Dios dijo a través de su profeta: "Juzgaba la causa del
necesitado y del pobre. Por eso todo iba bien. ¿No es esto conocerme?"
(Jeremías 22:15, 16; NBJ) Esos comentarios aclaran la estrecha relación que en
Probervios 3:5, 6 hay entre confiar y conocer a Dios. "Conocer a
Dios" es tener una relación vital con él, una que se caracteriza por
la fidelidad y que se basa en el amor, la confianza, y un profundo y permanente
aprecio. La confianza y el conocimiento son aspectos integrales e inseparables
de esa clase de relación. "Conocer a Dios" en todos los caminos de uno
es actuar de un modo que ennoblece esa misma relación, que la fortalece, que la
procura cuidar y muestra que se lleva en el corazón por encima de cualquier
otra cosa (1 Crónicas 28:9). Es descansarse en Dios, confiar en la rectitud de
sus caminos y procurar ser guiado por ellos en toda circunstancia. Ese “conocer
a Dios", a él le agrada (Jeremías 9:24; 22:16; Oseas 6:6; Salmos 36:10).
En su vida en la tierra, Jesucristo ejemplificó qué significa conocer a Dios:
"Veía constantemente al Señor delante de mí" (Hechos 2:25, NBJ; Juan
8:29; véa también el ejemplo de Moisés (Hebreos 11:27).
Por
el contrario, mientras que conocer a Dios incluye necesariamente hechos
objetivos y precisos, uno pudiera tener conocimiento intelectual de Dios y
de sus caminos, y sin embargo todavía no conocerlo. A través de Jeremías, Dios
reprendió a los dirigentes religiosos de Israel: "Los sacerdotes no se
decían ‘¿dónde está Yahvé'?; ni los peritos de la Ley me conocían"
(Jeremías 2:8, NBJ). Sin duda, los sacerdotes y otros 'peritos de la Ley
‘reconocían tanto la existencia de Dios como su poder; seguro que tenían
conocimiento intelectual de la Ley de Dios; de igual modo reconocían
públicamente su valor, pero no conocían al Dios que la dio; ni le amaban,
ni le honraban ni confiaban en Él (Jeremías 4:22; 9:3-6,23; Oseas 5:4,5; 8:1-3).
Sucedía
lo mismo con algunos en el día de Jesús (Juan 7:28,29; 8:15, 19; vea también
5:44). De modo que, cuando Jesús hace referencia a quienes afirmaban que habían
hecho muchas obras poderosas en su nombre, y les dice: "Jamás os conocí;
apartaos de mí, agentes de iniquidad" (Mateo 7:23, NBJ), ciertamente no
quiso dar a entender que él no tuviera conocimiento intelectual de ellos, ya
que de otro modo no hubiera llegado a saber que sus pretensiones y devoción
no eran genuinas, ni que eran de hecho 'agentes de iniquidad.' Por
lo tanto, el que él no los ‘conociera' era en el sentido de que no había tenido
ninguna relación con ellos, o como parafrasea sus palabras el diccionario antes
citado, "Nunca tuve nada que ver con vosotros."
Comentando
2 Corintios 5:21 y la declaración de que "Cristo no conoció pecado,"
The New International Diccionary of New Testament Theology, dice: "(Esto)
no significa que él no tuviera conocimiento intelectual del pecado, sino más
bien que personalmente Jesús no tenía nada que ver con ello. “Con notable
contraste, el apóstol Pablo pudo decir: "Yo sé bien en quien tengo puesta
mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta
aquel Día" (2 Timoteo 1:12, NBJ). Pablo hablaba con tal convicción no solo
porque conocía las Escrituras, sino porque había confiado sus caminos a Dios,
de modo que en varias ocasiones experimentó la veracidad de Dios y de sus
promesas. Esa es la razón por la que él halló tanto gozo, debido a su confianza
firme tanto en Dios como en su palabra (2 Corintios 4:7; Filipenses 4:12, 13; 2
Timoteo 4:16-19). Confiaba en Dios porque lo conocía: experimentó su amistad,
su cuidado amoroso y su guía. "Conocer a Dios" en ese sentido es de
un valor inestimable: tiene como base el firme valor del sacrificio del hijo de
Dios, confirmado y sustentado por la Sagrada Escritura, y es promesa y anticipo
de los beneficios perdurables de una amistad para siempre con Dios y con su
hijo en vida eterna (Juan 17:3; vea también Salmo 84:10-12; Romanos 5:6-8;14:9;
Filipenses 1:21-23; 3:20, 21; 2 Corintios 4:18-5:2, 6-8; 1 Timoteo 6:19).
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